Aquí me encuentro, esperando paciente a que decidas abrir tu puerta.
No he intentado forzarla, he dejado que marques los pasos, que elijas el tempo, los cómos, los cuándos, los por qués, aunque no fuesen los míos. He respetado tu espacio y tu intimidad, y te he cedido los míos sin condiciones. He seguido las escuetas instrucciones que me has dado. Creo que no me dejo nada.
Ahora empiezo a escuchar la cerradura girar, noto que las bisagras acompañan el movimiento de mi brazo, que la puerta comienza a abrirse.
Lo único que espero es que detrás de esa puerta no me encuentre un nuevo muro. No me he traído el martillo para tirarlo.