Tengo muchos artículos que nunca publicaré. Artículos que escribo golpeando el teclado con rabia, arrancándome jirones del alma con cada una de las pulsaciones. Frases que necesitaba escribir como mecanismo de poder contárselas a alguien, aunque fuese a mí mismo, y liberarme de una carga tan pesada. Ilusiones destrozadas, falsas promesas, palabras que calman en el momento y luego simplemente resultaron ser eso, palabras. Mi mirada triste, perenne, buscando el estúpido infinito, con unos ojos sabios pero agotados de tanto buscar sin encontrar, de tanto emocionarse con el otro sin recibir ni una pequeña parte.
Lo cierto es que cada vez que me siento triste, escribo uno de esos artículos. Quizá un lector avispado pregunte por qué no escribo cuando estoy alegre; la respuesta es sencilla, son tan pocos los momentos de felicidad que me ha tocado vivir que estoy demasiado ocupado paladeándolos. Mis disculpas.
Hoy no estoy triste, por eso publico este artículo. Me debato entre estar decepcionado y confundido. Harto de que la gente se ponga la careta a mi lado o me use como una marioneta abusando de mi buena voluntad. Cansado de la falta de coherencia de gente que aprecio, que admiro. Y la gente que yo admiro la cuento con los dedos de una mano. Y creo que alguno de esos sobra. Lo único que parece ser una constante es que cada vez que me emociono con algo, se me deshace en las manos a las primeras de cambio. Con lo que me cuesta conseguirlo. Con lo que me duele cada trocito de mí que muere para siempre en estas circunstancias... Las palabras también pueden matar, ¿quién dijo que no?
Dicen que uno se encarna en la siguiente vida en algo mejor o peor en función de lo que fue en la anterior; yo creo que en la anterior debí hacer desdichada a mucha gente, y nada de lo que haga en esta lo cambiará. Supongo que mi próxima reencarnación, o lo que sea, disfrutará de mis esfuerzos. Que te aprovechen, jodido.
Me pasa por tonto. No, la palabra es gilipollas.
Bah.