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Tratado de la introversión de un extrovertido
domingo, 21 de enero de 2007
Hay veces que uno espera una visita un tanto especial, una visita para la que pasa la aspiradora, cambia los manteles, quita el polvo y saca los cubiertos "buenos". Bien, hoy es un día en el que espero una visita especial, de manera que he engalanado este artículo. Espero que sea de tu agrado.

¿Sabes? Anoche tuve un sueño. Siempre tengo sueños raros, y pocas veces hablo de ellos. A veces, al despertar, he tenido una pesadilla: mi boca está seca, me encuentro sudado, temblando, a oscuras, y ninguna mano viene a calmarme. Simplemente, me incorporo en la cama, sentado e inclinado el cuerpo hacia delante, mientras salgo del aturdimiento.

Ayer, mi sueño comenzó como una de esas pesadillas. Me encontraba solo, en mitad de un desierto de arena blanca, completamente desorientado. Ni siquiera los buitres se habían molestado en acercarse a por mis futuribles restos. Llevaba tanto tiempo caminando que había olvidado de qué me había hecho empezar a andar. La vista se me nublaba, cada paso era doloroso -si es posible sentir dolor real en los sueños-. Y, cuando no podía más, grité. Grité fuerte y alto, un grito de desesperanza, de terror, de agonía. Había fracasado. Sentía haberle fallado a quien quiera que dependiese de mí. Entonces, me derrumbé, yaciendo boca abajo con los ojos entrecerrados.

Pero justo cuando iba a bajar definitivamente los párpados, una claridad me llamó la atención. Alcé la vista, agarrando la arena entre mis dedos, justo para ver un punto de luz que se movía. Me incorporé, aún no sé cómo, trastabillé unos pasos y, cogiendo aire en los pulmones, grité, grité como nunca lo había hecho. Y el punto de luz, se detuvo, y comenzó a acercarse a mí, lo justo para ver
una estrella, blanca, brillante, pura.


Comencé a caminar hacia la luz, comencé a seguir la estela esperanzado, subiendo duna tras duna, resbalando mis pies en la blanca arena. No sé cuánto tiempo después la estrella se detuvo, así que empecé a acelerar mi paso, hasta el punto de que llegó un momento en que me encontraba corriendo. Ahora tenía la estrella justo sobre mi cabeza, pero su luz ya no se proyectaba omnidireccionalmente, era un haz de luz que, en perpendicular, indicaba un punto sobre el yermo desierto, un punto que albergaba algo, que no podía vislumbrar. Me acerqué cautelosamente, para descubrir con gran asombro que se trataba de una rosa roja mustia, casi seca. ¿Cómo podía haber crecido en ese lugar esa rosa?

Pobre -pensé-, al menos yo puedo moverme e intentar escapar de este infierno.

Y, olvidando lo que había pasado, le di gracias a la estrella por haberme llevado hasta aquella flor, y me prometí que la cuidaría.

Utilicé las últimas gotas de mi cantimplora para regar un poco sus pétalos y la base de su raíz, para ver si así tal vez lograba hacerla reaccionar. Pero no hubo respuesta. Pensé que el fuerte y seco viento del desierto la estaba haciendo daño, así que cogí un cartón que allí había - qué quieres que te diga, los sueños son así de estúpidos, era un desierto con una rosa, una estrella y un cartón - e
improvisé un parapeto.

Y luego, simplemente, me senté a esperar. Y esperé, y esperé, una puesta de sol y un amanecer tras otro, y llegó el invierno y de nuevo el verano y allí estaba la flor. Yo la regaba con agua que había obtenido de la nieve del invierno -sí, hay desiertos en los que nieva en invierno- y que había almacenado en la cantimplora. Algunas mañanas me levantaba pensando que se la veía un mejor color, otras desesperaba creyendo que jamás se recuperaría y que estaba perdiendo el tiempo, pero no sé si era mi orgullo o mi determinación o lo poco que soporto el fracaso, la cuestión es que allí seguía, mirándola, cuidándola, regándola. Y comencé a hablarla, a decirla que no me dejase, que siguiese viviendo, que había mucho bueno por ver, por conocer. Que yo podía lograr que el desierto floreciese, que volviese a sonreir, si es que las flores sonríen.
En fin, ya sabes que los sueños siempre se suelen acabar en la mejor parte, de manera que no sé cómo termina la historia. Es ahora cuando yo te necesito a ti, es ahora cuando es necesario que me digas si la rosa al final floreció, si recobró su grandeza y su color, si sus pétalos volvieron a ser rojo pasión, si transmitía ilusión.

Creo que sólo estoy seguro de una cosa, y es que yo seguiría allí sentado, hablándola, mirándola, esperando el milagro. Y, mientras esperaba, trazaría
esto en la arena de aquel desierto, para que la rosa se sintiera querida de nuevo.

(Ilustraciones de El Principito, de Saint-Exupéry)

 
posted by Sam at 8:41 p. m. | 0 comments
viernes, 19 de enero de 2007
Sí, sin duda tienes razón. Me he equivocado, de pleno, pero oye, no me culpes, no he podido elegir la época en la que quería nacer, eso viene de fábrica y no encuentro la garantía por ninguna parte.

Que sí, que lo sé, que es muy difícil encajar en un momento histórico que no te corresponde, donde palabras como valor, lealtad, honor, amistad se canjean cuales cromos por otros conceptos como vivir a tope, traicionar, mentir, hablar y hablar y hablar. Porque todo es un blablabla absurdo y sin fundamento, todos hablamos mucho y escuchamos poco. Y cuando uno se ofrece a escuchar, creemos que va con segundas intenciones, hasta ese punto de paranoia hemos llegado.

Por supuesto, te entiendo, sé que debo aceptar que los molinos de viento no son gigantes, pero esa es la única concesión que te voy a dar, pues no hace tanto la gente nacía esclava, vivía atemorizada por la espada y la brujería, luchaba por sus principios y moría por amor. ¿Y ahora qué? sólo hay que seguir el olor, el vertedero siempre está cerca. Y no, no huele a basura, ese olor hediondo es lo que hemos ido tirando por la ventana, todo lo que consideramos inútil: nuestro corazón, nuestra alma, nuestros sentimientos. Vale, no lo consideras inútil, lo considera inútil esta sociedad que no-sé-quién ha creado bajo no-sé-cuál estudio de arquitectura de bajo coste.

Tal vez por eso me guste tanto la Edad Media. No aquella de la pobreza extrema, de la peste, del ocultismo, sino la Edad Media del caballero medieval que hacía el voto de defender al débil y salvar a la dama. Claro, que ahora tengo otro problema, y es que conozco muchas mujeres, pero damas, damas, casi las puedo contar con los dedos de las manos, al menos bajo el concepto de dama con el que me he criado y que vendría a ser, si me permites el símil, el concepto grecorromano de belleza trasladado al interior de las personas.

Pero es por eso que consideramos lo bueno como bueno, ¿no crees?, porque es mejor que lo común, que lo vulgar, vamos, que el resto.
 
posted by Sam at 9:24 p. m. | 0 comments
domingo, 7 de enero de 2007
El caballero, arrodillado, observa como hormigas a la multitud que fluye decenas de pisos más abajo. Mira atentamente a esa pareja de novios que se comen a besos en aquel rincón, a la señora que pasea a ese niño de gorro rosa en un carrito, al señor con su pipa y su perro atado con correa. Comprueba una y otra vez que todo transcurre con normalidad, como un ángel al que nadie puede ver, como un alma a la que nadie puede tocar.

Su vida es su promesa; su juramento, su causa. Nadie le dijo que viviría en soledad, nadie le comentó que no le agradecerían sus noches en vela, su esfuerzo para mejorar por ellos, su tiempo entregado a una sociedad egoísta y cruel. Y se pregunta si los demás lo hubieran hecho por él. Es más, se pregunta quién vigila al vigilante, mientras salta de terraza en terraza, como un ser alado surgido de alguna arcaica mitología. Y se desespera al pensar que, con todo su esfuerzo y dedicación, nunca podrá evitar todo el dolor que el ser humano causa, puesto que está en su propia condición.

El caballero se despierta empapado en su cama, bañado en su propio sudor. No, no era una pesadilla, la pesadilla comienza ahora, al comprobar como, tras la neblina del sueño, su poder, si acaso alguna vez ha existido, se pierde en los brazos de Morfeo. La consciencia de su mortalidad le oprime el pecho, le corta la respiración y, jadeando, se incorpora de la cama pensando una vez más que, por desgracia, sólo con códigos de honor poco sufrimiento podrá ahorrar.
 
posted by Sam at 3:26 p. m. | 0 comments
jueves, 4 de enero de 2007
Una vez alguien me dijo que la vida era un 95% rutina y que era necesario saber vivir con eso. He estado cerca de creerle en más de una ocasión, pero siempre me digo a mí mismo que la rutina es mediocridad. Me niego a ser mediocre. No sé si ya te lo había dicho, pero odio la mediocridad, es algo que me supera, y esto incluye a la gente simple, que no es lo mismo que sencilla.

La gente simple es plana e inerte, como una estepa siberiana, mientras que la gente sencilla sabe disfrutar de una buena conversación -aunque esto último no es tan fácil de conseguir-. La gente simple tiene pocas preocupaciones precisamente porque tiene escasas motivaciones, se deja llevar por su rutina, por su mediocridad; sin embargo, la gente sencilla agradece cualquier plan para escapar del tedio diario, como un paseo por la sierra, un lechazo en Segovia, una acampada en la costa,... disfrutan más con una pizza y dos cocacolas que cenando a 50€ el cubierto.

Lo sencillo atrae, porque no tiene mayor ambición que ser feliz, y sabe que la felicidad no la encontrará en toneladas de dinero, ni en grandes fiestas masificadas y despersonalizadas. Alguien simple carece de la personalidad necesaria para apreciar lo sencillo, mientras que alguien sencillo siempre sabrá distinguir un simple de un semejante.

Así que, con lo que te he contado, parece bastante simple ser sencillo, ¿no?
 
posted by Sam at 12:42 p. m. | 0 comments